Con el Estómago Cerrado

La bandeja no fue su aliada.

En algún momento debía pasar.

¿Si? … quizás.

Lo cierto y doloroso es que la mano puesta en sostener esa bandeja caliente, con sus cincuenta medialunas recién horneadas, no calzó su prensil al medio y giró por donde no debía.

Cincuenta medialunas en el suelo que no se podrán vender.

Tensión en la muñeca y quemazón en los dedos confunden en su mezcla al dolor.

Cincuenta medialunas que, extraídas del sueldo, suman problemas a la montaña angustiante que Pedro lleva consigo.

No se pueden esconder las medialunas desperdiciadas como se esconde el dolor.

No hay forma.

La angustia y desesperación agobian a Pedro quién sufre por las cincuenta medialunas que quitarán alguna cena en la mesa de su casa.

Esa angustia y esa desesperación que, al instante, lo congela, le quita la atención, y le quita posibilidades de explicar lo que no puede por la desazón, la tristeza, la plena sensación de que un futuro solo es alcanzable por otros.

Él, hoy y en su presente, cree que no nació para disfrutar futuros.

El presente lo es todo.

Que su jefe le recrimine lo hecho, no es nada frente a la cara con hambre que sus hijos seguro tendrán.

Si el día es angustiante, la noche es asfixiante.

Pedro vuelve en tren, un tren cuyo costo posiblemente no pueda pagar.

¿Cómo volver de su trabajo?

Caminando no puede.

¿Bicicleta?

Quizás… arrumbada en la casa de un pariente alguna bicicleta con óxido puede haber.

Pero eso no es un problema.

¿¡Por qué Pedro no pone la mano donde debe ponerla!?

Porque en su cabeza viven y respiran sus hijos con hambre, con ganas de jugar coercionadas por una realidad que no da lugar.

¿Un papá con la mirada perdida?

¿Un papá que vive triste?

¿Un papá que no puede jugar?

¿Es papá?

Todo esto narrado sería exactamente igual si en lugar de un papá contáramos la historia de una mamá.

Los papás y las mamás son relevantes para el trazado de la vida en todos nosotros.

Somos por nosotros mismos pero también por nuestros padres.

Hay sendero dependencia, dirían los economistas.

La teoría económica que gobierna gran parte del mundo y que llega a un extremo purista en nuestra Argentina indica que un salario solo puede crecer si el trabajador en su puesto de trabajo es más productivo.

¿Que es ser más productivo?

Que en una hora de tiempo de trabajo pueda realizar más operaciones productivas. Por ejemplo, si se cierran 10 paquetes de yerba en una hora, solo se podrá pensar en un mejor salario si se cierran 11, o si los 10 se cierran en menos tiempo dejando el espacio restante para hacer otras cosas.

¿Cómo logra un trabajador ser más productivo?

Porque aprende

¿Cómo aprende?

Porque presta atención.

¿Por qué presta atención?

Porque su mente esta deseosa de entender eso que le explica dado que su capacidad de comprensión no está en “otra”.

Pedro no puede atender.

Está en esa “otra”.

Todo lo que le expliquen no lo puede asimilar.

Su mente tiene plena capacidad ocupada en darle de comer a sus hijos.

Hace lo que puede y, en esa lucha, pierde.

Es que algo puede salir mal.

Las medialunas se caen, y al instante, cae su futuro, su tranquilidad, y la productividad futura de sus hijos.

Esto es muy serio.

Las teorías económicas neoclásicas y austríacas no se ocupan de Pedro.

Los ingenieros sí.

Entendemos a Pedro y su mundo.

Solo necesitamos que nos dejen ayudarlo.

Las decisiones económicas y administrativas en el sillón apoltronado no pueden entender a Pedro porque las teorías no lo hacen.

El bucle perfecto hacia la desesperación de los Pedros que en nuestra Argentina complican la forma de garantizarnos un futuro productivo.

Los hijos de Pedro lo merecen.

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